Por Gustavo Carrasco Pérez

Académico INVI FAU UCH

Me encontraba estudiando arquitectura en la Ecole Nationale des Beaux-Arts en Paris, donde había ido a parar aprovechando la oportunidad que se me había abierto a raíz de un viaje familiar. Corrían los años 1970, y Paris, experimentaba el embate torrificador, con normativas que permitían en distintos sectores, superar las alturas máximas permitidas retranqueando para el efecto el edificio de la línea de edificación, con el efecto consiguiente en cuanto a la ruptura de la continuidad de las fachadas de la cuadra y de la manzana tradicional, la aparición de entrantes de difícil control y la ruptura evidentemente del perfil general del ámbito construído. Por cierto habían también grandes operaciones de renovación urbana impulsadas por la iniciativa pública en base a torres aisladas, barras y placas-torre, tanto en los bordes interiores de la ciudad como en las comunas de la periferia (les grands ensembles)

Esta forma de encarar la renovación de la ciudad existente, comenzó sin embargo a ser crecientemente cuestionada, no solo por aquellos espíritus conservadores que detestan los cambios demasiado radicales o por patrimonialistas duros y puros, sino también y de un modo creciente tanto por profesionales del área como de parte de la población civil. Efectivamente ese ciudadano de a pie, común y corriente, ese individuo convocado a participar con su sufragio en los procesos eleccionarios correspondientes comenzó a hacer sentir su voz a través de las diversas asociaciones barriales, vecinales, profesionales etc. manifestando su compromiso como cuerpo social respecto de la preservación de una cierta calidad de vida urbana frente a políticas, acciones, o proyectos que eran visualizados como atentatorios respecto de sus derechos ciudadanos, entendiendo que la ciudad más allá de legítimos intereses particulares, es por sobre todo, un bien común.
Quizás el punto de inflexión de esta dinámica urbana en Paris intra-muros, se dio cuando el entonces Presidente de la República, Valéry Giscard d’Estaing, contuvo una nueva operación de renovación urbana en base a torres y barras en el sector de la Place d’Italie. El resultado fue un giro en el enfoque renovador, privilegiándose propuestas de menor escala, menos densas, más conformadores de espacios públicos articulados, más dentro del espíritu de los lugares, más respetuosos en suma de la condición humana. En vez de este nuevo paquete de torres de gran altura, el arquitecto Christián de Portzamparc fue el encargado de elaborar una nueva propuesta urbana y arquitectónica para el sector, propuesta que si de modernidad se trata superó ampliamente a la anterior. En la primera había la reproducción de un modelo esterotipado para obtener el máximo rendimiento al suelo; en el segundo había arquitectura y la búsqueda de construir sobre lo construido, entendiendo que el proyecto debía agregar valor al tejido urbano donde se emplazaba la operación inmobiliaria y no potenciar aún más su deterioro.
En nuestro medio actual santiaguino, la torrificación está desatada, con el respaldo y el impulso de las políticas públicas a través de incentivos , normativas, subsidios etc. Aparentemente no son muchos a quiénes les importa demasiado esta ciudad “puerco espín” que está emergiendo por doquier. Total, mientras la máquina se mueva y funcione, genere empleos y baterías de edificios seriados, está bien. Sin embargo, al igual que lo ocurrido en otras latitudes décadas atrás, en Chile, ha comenzado a darse una nueva situación, inquietante para algunos sectores interesados, cual es, la emergencia de los movimientos ciudadanos. El cuento ese de que la democracia se entiende como un sistema político en el que las autoridades políticas son elegidas de tanto en tanto mediante mecanismos eleccionarios y que por este procedimiento los electores transfieren con su voto a dichos ilustres elegidos el poder para representarlos en el quehacer público está haciendo agua. El “cheque en blanco” ya no corre, máxime cuando la gente tiene la percepción que finalmente quiénes han accedido a funciones públicas por el voto popular, no representan necesariamente los intereses de la comunidad, sino más bien muchas veces su accionar se asocia a resolver intereses particulares, lo que no es excluyente del respaldo a intereses mercantiles bien específicos de agentes económicos, los que mediante un lobby generalmente discreto, buscan alcanzar beneficios bien concretos para el desarrollo de sus negocios y emprendimientos; situación que con cierta frecuencia aflora en los medios de comunicación social, siendo las actuaciones sobre el territorio una de sus facetas más visibles.
La torre, como tipología edificatoria, no es necesariamente en sí misma un problema. El punto está en la forma como se da su implantación en los barrios, afectando todo el entorno, no solo el colindante al predio donde ésta se emplaza, sino al sector inmediato que la rodea. Incremento en la congestión vehicular; pérdida de privacidad, pérdida de asoleamiento y luz natural para los predios vecinos, muchos de los cuales quedan sometidos a “la sombra eterna”. Las condiciones de habitabilidad internas no son tampoco un ejemplo de calidad de vida. La búsqueda de maximizar la rentabilidad económica del proyecto puede llevar a alcanzar densidades que superan los 8000 Hab/Há. Edificios de 500, 800, 1000 departamentos; espacios habitables mínimos, eufemísticamente “studios”, “de un ambiente”. ¿De qué modernidad estamos hablando? ¿Es esa la modernidad que queremos? ¿Es esa la modernidad que aspiramos como sociedad? ¿Es esa la ciudad que queremos?. Confundimos habitualmente los conceptos de “crecimiento” con el de “desarrollo”. El primero se puede medir mediante indicadores cuantitativos: cantidad de permisos de edificación otorgados, m2 aprobados, monto de la inversión, monto de los derechos municipales, numero de subsidios otorgados, volumen de fierro, cemento, y demás materiales constructivos empleados, cantidad de empleos generados, etc. El segundo en cambio, apunta más a indicadores cualitativos y por ende más complejos de medir. El “crecimiento” se puede traducir por ejemplo en el copamiento de un territorio mediante un proceso de renovación urbana expresado en una torrificación hiperdensa, edificando al máximo de las posibilidades normativas y de mercado. Si la gente compra, ¿cuál es el problema?. El “desarrollo” puede pasar en cambio por una mirada más holística, en la cual la visión apunte más que al volumen construido y a los negocios inmobiliarios asociados, a responder la pregunta ¿cómo podemos construir mejores lugares de vida para las personas? Y en ese contexto, ¿cuál debiera ser el rol del Estado, del mercado y de la comunidad?
Hasta tiempos recientes, en la conformación y modelamiento del territorio la mesa estaba conformada básicamente por dos actores: El sector público y el sector privado empresarial. El “otro” actor privado; esto es, las personas, “la gente” como dicen algunos, la comunidad “mutis por el foro”; ausente, sufriendo o experimentando las decisiones de “la Autoridad”, sea ésta local, regional o central, y las del “Mercado”.
Los tiempos recientes han traído, quizás aparejados con “la globalización” las demandas crecientes provenientes de la comunidad de participar y de incidir en la toma de decisiones en materias que los afectan directamente en su cotidianidad; entre las cuales, se encuentran ciertamente las que tienen que ver con el modo en el que deben desarrollarse los barrios, mal que les pese a “Autoridades”, a “especialistas”, o a sectores empresariales interesados. El ejemplo reciente del plebiscito realizado en la Comuna de Vitacura, logrado por la tenaz demanda de agrupaciones vecinales, es ejemplo de ello. Lo es también la acción ciudadana impulsada por la comunidad de los vecinos de la Comuna de La Reina respecto de limitar las alturas de edificación permitidas en las denominadas “Puertas”. Destacable igualmente la acción de los vecinos del Barrio Yungay y de Viel, logrando resguardar sus barrios mediante la declaratoria de “Zonas Típicas”, primando en todos ellos “el valor de uso” por sobre “el valor de cambio”.

No deja de ser significativo que en el Cuerpo C, del diario “El Mercurio” de Santiago, del Domingo 12 de Julio 2009, entre los peores problemas urbanos que sufre Santiago identificados por especialistas, se encuentra “La destrucción de los barrios” : “La expansión de los edificios de departamentos en amplias zonas residenciales de Las Condes, Santiago y Ñuñoa es otra de las realidades que preocupa a expertos y vecinos”. “La ciudad se ha extendido innecesariamente. Los edificios han obligado a quienes quieren vivir en casas a irse a la periferia de Santiago”, afirma Patricio Lanfranco. “No se trata de estar contra el progreso; el desarrollo inmobiliario no tiene porqué ser negativo, pero sí ser bien pensado”, “argumenta la arquitecta y docente de la Universidad Católica, María Elena Ducci” .Cabe destacar que los otros peores problemas urbanos que indica el artículo son “los insuficientes espacios públicos”, “las profundas diferencias sociales” , “la inseguridad y delincuencia”, “las serias dificultades de educación cívica” y “la mala conectividad y deficiente transporte público”. Todo un programa. En todo caso no deja de ser decidor, que siendo Chile un país en donde prácticamente la población urbana supera ya el 80% de la población la clase política, salvo contadas y honrosas excepciones, sigue mirando “para el lado” en este tipo de temática. Es como si para ella el territorio fuera una categoría de análisis simplemente inexistente. Pareciera ser que la capacidad de nuestros próceres para entender como finalmente las distintas políticas públicas que se van formulando y aplicando van incidiendo en el territorio, por cierto, cada una en su encajonamiento sectorial, son escasas. A lo más nuestros actuales contendores a ocupar el cargo de Presidente de la República, formulan alguna que otra frase genérica respecto de construir mejores ciudades, mejores barrios, mejores viviendas, mejores condiciones de vida. Propuestas claras, concretas, específicas más allá de lo “políticamente correcto” son inaudibles.

Hace poco tiempo atrás, tuve la oportunidad de formar parte de la Comisión Académica correspondiente a Seminario de V año, siendo el profesor guía del del alumno Nicolás Valenzuela Hernández, el profesor Mario Torres Jofré. El tema de la investigación y de la monografía resultante versó sobre Programa de Repoblamiento en el caso del Barrio Yungay, en la Comuna de Santiago, a la luz de los estándares de calidad urbana. El trabajo analiza la relación territorial entre el programa y los parámetros dotacionales, revisando al efecto un conjunto de proyectos inmobiliarios ejecutados en el sector entre el año 1993 y el 2007. El resultado arroja un escaso mejoramiento de los estándares dotacionales del sector en función del incremento de los requerimientos de distinta índole social y urbana derivados del propio programa de repoblamiento. Si se busca potenciar la renovación urbana en un determinado sector de la ciudad, la densificación resultante debe ir a la par con las inversiones en infraestructura , en equipamientos públicos, en vialidad y áreas verdes que den sostenibilidad al proceso. Como lo señala Valenzuela Hernández en el Planteamiento de la problemática, “Es preciso entonces considerar revalorar la visión tradicional de planificación, es necesario volver a trabajar con la complejidad que posee la ciudad, en este sentido, un repoblamiento no debiera ser solamente edificios, sino que debiera ser un nuevo concepto de habitar la ciudad”.

No hay comentarios

  1. hola.
    Ela carrera de Topografia y me han encomendado hacer un power poin de renovacion urbana. Por lo que buscando encontre este articulo, el cual encontre interesante..
    me guataria si me pudieras mandar unas fotos de la ciudad que mencionas ( como era antes y como quedo ahora) y algunos consejos
    Te estare eternamente agrad….

Responder a ALEJANDRO SAAVEDRA Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *

Publicar comentario